http://www.eldiario.es/desalambre/alimentos_que_cambian_vidas/cana_de_azucar-esclavitud-Brasil-Tailandia-Intermon_Oxfam-produccion-alimentacion_0_189681461.html
Cada mes de noviembre, cuando las lluvias del monzón comienzan a
arreciar, Bua Lai vuelve a afilar su machete y se prepara para pasar los
cinco meses siguientes dando golpes a los gruesos tallos de la caña de
azúcar. Como ella, aproximadamente un millón de jornaleros barrerán los
campos de Tailandia, el segundo exportador mundial de azúcar, para
recoger el dulce jugo que acabará en las mesas de medio mundo.
En Brasil, el principal productor y exportador de caña de azúcar en el
mundo, la mecanización nunca llegó a los cañaverales; es más rentable la
mano de obra barata. Los jornaleros, que cobran al peso, deben trabajar
extenuantes jornadas para conseguir salarios de alrededor de
800 reales (menos de 300 euros). Viven en pésimas condiciones de
seguridad e higiene y, a menudo, mal alimentados. Las crónicas relatan
cómo, a veces, consumen drogas, como crack o marihuana, para soportar la
dureza del trabajo.
Brasil o Tailandia no son, ni mucho menos, una excepción. Algo muy
similar ocurre en la República Dominicana, donde se refieren a cortar
caña como “trabajo de haitiano”, o en Filipinas, donde en las haciendas
el trabajador aún está anclado a la tierra. De America a Asia, se ve una
constante: el trabajo esclavo avanza en paralelo a los procesos de
acaparamiento de tierras, la proletarización de los pequeños campesinos y
la expansión del latifundio, que, en el caso de la caña, agota
rápidamente la tierra y la deja inerte. Por eso dice Sakamoto que las
nuevas formas de esclavitud “son fruto del capitalismo: no son
enfermedad, sino síntoma del sistema”.
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