Duarte: un hombre llamado fracaso
Julio Morales
Los gobernantes que tienen
sueños de grandeza suelen desentenderse del tiempo. No porque se crean eternos,
sino porque no se hacen cargo de que el tiempo inexorable transcurre e
indefectiblemente llegará un día en que tengan que entregar el poder, por la
fuerza de los votos o el descontento organizado de los gobernantes. Pero de que
se acaba se acaba. El gobierno duartista inició con tales ínfulas que confundió
años con décadas y décadas con siglos. Advirtió que el poder era para poder y
el tiempo su gran aliado, soslayando que seis años marca fronteras cronológicas
y que a final de cuentas hombres y mujeres se encargan de acortarlo aún más en
términos reales. César Duarte se encamina a su tercer informe de cacique. Desconozco
si en esta ocasión lo hará sobre una palestra giratoria, montado en alguna grúa
telescópica que lo baje entre nubes y rayos celestes con una lira en la mano.
No lo sé, ni me interesaría el espectáculo. Lo que sí conozco es que con cargo
al erario ya se compran encuestas a modo para propalar su alto grado de
aceptación y una calificación excepcional como gobernante mexicano. Esas
encuestas de percepción se consumen bien entre la clase política de la capital
de la república bien apoltronada en algún lujoso restaurante de Polanco. Pero
en realidad su seriedad está bajo sospecha. Para mí en estas circunstancias y
por referirme a datos concretos, vale más el alud de malas y certeras opiniones
que corre por las redes sociales y que no le dejan bien parado al político que
ya gastó, quizá sin darse cuenta, la mitad de su tiempo, del tiempo
precisamente del que podía disponer a plenitud, porque los que vienen cada vez
estarán menos al alcance de su mano.
Estamos frente a un fracaso
rotundo: si la calidad de un estado se mide por la solvencia de su sistema
judicial, lo que significa desde la cúspide hasta la base la presidencia de
Javier Ramírez Benítez en el Supremo Tribunal de Justicia, nos advierte de que
esa solvencia está por los suelos. La dependencia, el rezago, la frivolidad, la
servidumbre al Ejecutivo son hechos que hablan prácticamente de la ausencia de
un Estado de Derecho. Los órganos electorales, administrativo y jurisdiccional,
perdieron de manera absoluta su autonomía y se golpeó tanto y tan duro al
régimen de partidos políticos que las elecciones de media gestión recibieron el
rechazo de un 60 por ciento de abstencionistas y anulistas, convirtiendo al
gobierno actual en un ente carente de legitimidad. Si el poder dimana del
pueblo, lo que tenemos hoy dimana de una minoría a la que podemos desobedecer
con las manos en la cintura. La legislatura que viene a partir de octubre es un
aparato construido a partir de darle cabida a los juniors, a los yernos, a los
incondicionales de siempre, a una izquierda claudicante y vendida que
personifican el trío Zambrano-Aragón-Barraza. El PAN llega luego de haber
claudicado al no defender en tribunales lo que ganó en las urnas y bajo el
señuelo de que una reforma política vendrá. Si a esto se añade que la segunda legislatura
de un sexenio suele ser de politiquería, de fraccionalismo, enconos y
venganzas, dé usted por hecho que la soberanía chihuahuense no está
representada en el Congreso. Los derechos humanos se siguen violando a ciencia
y paciencia de la comisión encargada de tutelarlos.
En el ámbito de la
administración pública es obvio que reina un desbarajuste descomunal. El
secretario general de Gobierno, encargado de la política interior, practica una
política de puertas cerradas que le impide operar con la sociedad y
particularmente con los disidentes. Nadie lo toma en cuenta ya que su historia
no lo recomienda. Hay pugnas severas en todo el aparato que tiene que ver con
Salud, el mundo del trabajo sigue azotado por los caciquismos de los “charros”
y la arbitrariedad de los empresarios, que se creen el paradigma de la
humanidad, como lo propala el cárnico capitalista del sexenio. Pero nada
comparado con la sección encargada de las obras públicas, en particular el
Vivebús, que estaba llamado a ser la obra estelar de este periodo. Duarte ve en
los agitadores y radicales los causantes de su divorcio con la sociedad, pero
le bastaría ver un poquito más allá de sus bigotes para darse cuenta que su
pirámide de Keops –hablo del Vivebús– es la que más irradia movimiento en su
contra. No se necesita hacer nada, cualquiera que espera en una ruta
alimentadora o en la troncal tiene materia política suficiente para denostarlo,
cuando no para insultarlo de las formas muy folclóricas que acostumbra un
pueblo atormentado. No se necesita hacer mucho para calificarlo, él creo la
base para esa calificación.
Pero lo que más cuenta aquí, no
obstante, es que los responsables de la obra (Javier Garfio y Enrique Serrano)
no tan sólo no están rindiendo cuentas por sus negligencias, sino que fueron
premiados con las presidencias de los principales municipios del estado. Garfio
no estuvo a la altura de su formación como ingeniero y esto está a la vista y
como funcionario público absolutamente reprobado; Serrano, a la hora de decidir
el ingreso y el presupuesto lo único que hizo fue abrirle la bolsa al cacique
para que hiciera y deshiciera en un procedimiento en el que la corrupción
galopa y galopa fuerte. Y al decir galopa también quiero referirme que los puso
en ruta para que eventualmente lo sucedan, garantizándose a sí mismo la siempre
fallida pretensión de convertirse en el hombre fuerte de Chihuahua. La deuda
pública es insostenible y el discurso de prestamista de Jaime Herrera no
convence ni a un niño de primaria.
Duarte presumía de un gobierno
de paz y tranquilidad. En la primera escaramuza, y sólo para garantizar su
seguridad personal, lanzó los cuerpos antimotines contra inermes ciudadanos.
Además les cerró las puertas y en un exceso los acusó de agitadores radicales,
exhibiendo las estrecheces de su pensamiento pues esas credenciales ya valían
muy poco en los tiempos del anticomunismo y la Guerra Fría.
Para Duarte empiezan los años
de la decadencia. Cada día a partir del 1 de octubre, al desprender la
cotidiana hoja del calendario, su poder se verá disminuido. Empieza una cuenta
regresiva que pasará primero por el campo de la intriga para dirimir quién será
el candidato del PRI a la gubernatura en 2016, luego la del interregno en la
que ya el 90 por ciento del incienso se le quemará a otro personaje y luego el
resultado electoral, que favorezca al partido que sea sellará el fin de un
sueño que Duarte estimó eterno.
En la política priísta –sobra
decirlo– no hay amigos, hay intereses. Reyes Baeza, al final de su mandato, no
tuvo la habilidad para cerrarle el paso a Duarte por el cual sentía desafecto,
pero está vivo y al parecer con excelentes relaciones de poder para influir en
la sucesión en una línea que no converge con la de Duarte. Fernando Baeza está
también en otra perspectiva y desde Costa Rica, si lo aprueba el Senado, como
es previsible que suceda, percibirá que no está bien que su plaza Delicias esté
en manos del PAN y de alguna manera lo haga pensar que eso no está bien para
Chihuahua y que el responsable del fracaso sea quien hoy está despachando en el
palacio de gobierno. De Patricio Martínez podríamos afirmar que está como
Aristóteles, parafraseando su legendaria conseja: “Amigo es el PRI, amigo es
Duarte, pero más amigos son mis intereses”. El Senado es buen cuartel de invierno,
más para soportar sobre una mecedora las inclemencias del clima gélido. Tengo
para mí que a Duarte ni Eugenio Baeza Fares lo salva, con todo y que su apuesta
por Chihuahua más denota una ambición personalísima que una rectificación de un
camino torcido que él contribuyó a empedrar.
En tres años nos hemos dado
cuenta del gran fracaso, pero no tan solo, también de una decadencia que ojalá
el 1 de octubre, al iniciar la cuenta regresiva, encuentre a la sociedad con
grandes, generosas y solidarias convicciones cívicas para hacerse cargo de su
futuro en bien de todos, con democracia y justicia.
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